Chandler Being

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Martín Vilela

 

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Transit: Cine y otros desvíos

 

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Hay un país llamado Argentina
Es un lugar al que nunca fui.
Phoebe Buffay – Friends

1.
Durante décadas, Argentina fue uno de los países con mayor cantidad de televidentes suscriptos a servicios de TV pagos, lo que habitualmente nombramos como televisión por cable. Comenzó como un fenómeno de pequeñas ciudades y en la década del noventa explotó en los grandes centros urbanos, entre ellos la Ciudad de Buenos Aires.

Quienes nacimos en esa ciudad en esa época asistimos al auge de este negocio. Mientras se expandía el tendido de cables por los techos de toda la ciudad, en nuestras pantallas se multiplicaba el volumen de contenidos disponibles, la mayoría de origen estadounidense.

Uno de esos contenidos —uno de los más populares— fue la serie Friends, que a lo largo de diez temporadas moldeó los pensamientos de gran parte de una generación en torno a los vínculos, al dinero, al trabajo y a la vida cotidiana en general. Viendo la serie, parecía posible pasar todo el día tomando café entre amigxs o vivir en un departamento de Manhattan con el sueldo de algún empleo precario.

De algún modo, Friends también moldeó una manera de pensar el espacio, una geografía imaginaria o más bien una geografía del imaginario, en la que Nueva York se volvía un territorio familiar, cercano: el departamento de Chandler y Joey parecía estar situado en algún barrio vecino y el Central Perk podía volverse tan cotidiano como el bar de cualquier esquina en cualquier ciudad.

2.
Varios años después, estamos sumidos en una pandemia y desde el encierro no hago mucho más que mirar películas y series de televisión. Mientras el tiempo y el espacio se desconfiguran, veo el rostro de Tony Soprano a diario, con mucha más frecuencia de lo que logro ver el rostro de mi madre, el de mi sobrino o el de cualquiera de mis amigxs. En este contexto, empieza a dibujarse una suerte de cotidianeidad, una sensación de proximidad con los personajes de las películas y series que veo habitualmente, parecida a la que tienen los niños con sus amigos imaginarios.

En una noche de insomnio, navegando por los laberintos de la corteza cerebral, me encuentro pensando en Friends y se me aparece un juego de palabras: en vez de nombrar a Chandler Bing, uno de los protagonistas de la serie, me sale llamarlo Chandler Being. Enseguida, busco capítulos de Friends para ver online y encuentro que la serie está disponible completa en Netflix, lo más parecido a la TV por cable de nuestra era, una
suerte de post-televisión.

Invierto algunas noches y madrugadas mirando capítulos de la serie. Vuelvo a verlos sin prestarle demasiada atención al argumento, guiado fundamentalmente por una sensación abstracta disparada por el juego de palabras que apareció en mi cabeza algunos días atrás. Como buen amigo de lo ajeno, descargo temporadas enteras y enseguida empiezo a cortar pedazos de capítulos. Separo con especial interés las tomas que parecen insignificantes: aquellas que fueron filmadas como separadores, planos detalle, de establecimiento o de paso de tiempo.

Empiezo a hacer experimentos, a juntar planos de diferentes capítulos, no con una voluntad compilatoria si no con la idea de buscar chispas entre esas imágenes al asociarlas de maneras nuevas. Chandler duerme profundamente, se golpea la cabeza contra la pared, hace chistes incómodos, se mira al espejo. Me viene la sensación de que estas imágenes están a punto de decir cosas que nunca dicen, como si no se animaran a verbalizar algo, como si hubiera una dimensión íntima o inconsciente en ellas, y como si ahora yo también pudiera decir algo sobre Chandler por sentir que lo conozco bien.

3.
Cuando Transit me propone publicar el vídeo junto con un artículo, estamos ya en un clima de pospandemia. Por esos días, participamos de protestas frente a nuestro Instituto de cine en Argentina. Exigimos, entre muchas cosas, que las plataformas de streaming empiecen a pagar impuestos que vayan al fondo de fomento cinematográfico —como en algún momento lo hacían las cableoperadoras— para estimular y diversificar la producción en una actividad que cada vez pareciera más concentrada. Durante las movilizaciones, que terminan forzando el despido del presidente del Instituto de Cine, abundan las conversaciones entre colegas por el rumbo de la producción cinematográfica en nuestro país. En esas conversaciones flota la idea de una “soberanía audiovisual”.

Vuelvo a Chandler y a las geografías del imaginario: ¿Quién tendrá soberanía sobre ellas? ¿Es la reapropiación de estas imágenes un ejercicio de soberanía, una travesura de trasnoche o una mezcla de ambas?

Leyendo sobre radioaficionados, verdaderos artesanos de las cartografías intangibles, noto que todos dicen una misma frase, casi como un mantra. Al ser consultados por la función clave que desempeña su actividad cada vez que ocurren fenómenos como emergencias o catástrofes naturales, declaran con la pericia de un poeta minimalista: “Cuando todo falla: afición”.